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Un corazón agradecido

Por: Milenka Peña

«La gratitud puede transformar lo que tenemos en suficiente, el caos en orden, la confusión en claridad, una comida en un banquete, una casa en un hogar, un extraño en un amigo».

Una niña llamada Helen

Cierra tus ojos por un momento. ¿Qué es lo que experimentas? ¿Te parece que los sonidos son más claros, los aromas más notorios, las sensaciones más intensas?

No eres el único. Desde hace décadas, científicos e intelectuales han tratado de estudiar y explicar este fenómeno. Nuevas investigaciones parecen demostrar que no solamente existe una conexión real entre la visión y los otros sentidos, sino que dicha conexión puede ser medida y demostrada, y que ayuda a entender mejor los mecanismos internos que desencadenan rápidos cambios sensoriales.

En otras palabras, si somos privados de uno de nuestros sentidos, aunque sea de manera temporal, casi inmediatamente los otros incrementan su potencia y efectividad.

Ahora, con los ojos cerrados, cubre también tus oídos para que no solamente te sea imposible ver, sino también escuchar. ¿Cómo te sentiste? ¿Qué pensamientos pasaron por tu mente? Tal vez lo primero que pensaste es que, gracias a Dios, éste es simplemente un experimento. Pero ¿te imaginas tener que vivir así cada día de tu vida? ¿Cómo reaccionarías si al destapar tus oídos o al abrir tus párpados no pudieras percibir ni el eco de un murmullo, ni un vestigio de luz, ni un hálito de esperanza?

Esto es precisamente lo que le pasó a una niña llamada Helen. A continuación, te contamos su inspiradora historia.


Prisión de oscuridad

En un pequeño pueblito de Alabama, Arturo y Katherine Keller no cesaban de admirar la precocidad de su pequeña niña. Nunca habían visto que una bebita de sólo seis meses fuera capaz de comunicarse con un vocabulario tan amplio, similar al de otros niños que tenían el doble de su edad.

Cuando tenía un año ya podía caminar, y manifestaba sin duda una inteligencia superior. Sus padres guardaban grandes esperanzas para su futuro. Tal vez Helen sería la primera mujer en su familia en ser aceptada en una universidad para así poder superarse y salir de ese pequeño pueblo sin futuro ni progreso.

Pero un día ocurrió lo inesperado. Un par de meses antes de su segundo cumpleaños, la pequeña Helen contrajo una severa enfermedad infecciosa que la dejó al borde de la muerte. Días de angustia fueron seguidos por semanas de cuidado y, finalmente, Helen se sintió mejor.

Pero algo era diferente… muy diferente.

La niña actuaba de manera extraña; no respondía al cuidado ni atención de su mamá, se sobresaltaba cuando su papá la tomaba en sus brazos, y no hacía otra cosa que gritar todo el día incesantemente, como si estuviera aterrorizada.

La sospecha de sus padres fue confirmada por los doctores. Su preciosa niña había perdido no solamente la vista sino también el oído.

Si tú tienes niños, seguramente concuerdas conmigo en que criar a un hijo es lo suficientemente complejo sin tener que lidiar con situaciones extremas como ésta. ¿Cómo reaccionarías en circunstancias similares?

Los padres de Helen intentaron todo lo posible para comunicarse con ella, acallar sus miedos, controlar sus rabietas y tratar de enseñarle a desenvolverse en el mundo que la rodeaba. Pero ¿cómo puede uno hacerlo con efectividad en la ausencia de dos de los sentidos más importantes?

Ventana a la esperanza

Después de años de constantes frustraciones y angustia, una persona les cambió la vida.

Ana Sullivan tenía sólo veinte años. En su niñez también tuvo problemas oculares, pero gracias a una serie de operaciones había recuperado gran parte de su visión. Debido a la intervención del Instituto para Ciegos de la ciudad de Boston, Ana decidió convertirse en la maestra y tutora privada de la pequeña Helen, quien ya tenía 7 años.

La tarea no era fácil, pero la paciencia y persistencia de la joven logró al fin romper las barreras y ganarse poco a poco la confianza de Helen, aunque aún no encontraba cómo comunicarse con ella.

Hasta que un día, algo inesperado finalmente ocurrió.

En una de sus caminatas, ambas llegaron hasta una fuente. Mientras Ana rociaba a Helen con agua fresca, tomó una de las manos de la niña y deletreó lentamente en su palma la palabra “agua”.

Lo hizo una y otra vez, sin que la muchachita comprendiera el significado. Hasta que una fascinada sonrisa le iluminó la mirada. Se había dado cuenta que las marcas que sentía en su mano estaban relacionadas con el líquido elemento.

Ya no estaba atrapada en una prisión de temores, silencio y penumbras. Al fin se había abierto una ventana de esperanza.

Desde entonces todo cambió radicalmente. El progreso de Helen fue extraordinario. Cada día aprendía nuevas palabras al simplemente palpar los objetos y sentir en sus manos las letras que su maestra escribía en su piel. Su inteligencia y curiosidad volvieron a la vida, demostrando facilidad de asimilar ideas y conceptos y un deseo insaciable de aprender.

Tiempo después, leía libros completos en Braille –el sistema de lectura y escritura táctil creado por el profesor francés que le dio el nombre— y aprendió a comunicarse primero por lenguaje de señas, hasta que poco a poco, logró pronunciar palabras en voz alta.

No conforme con eso, Helen –siempre acompañada de su fiel maestra y amiga Ana– fue admitida en la Universidad de Radcliffe, una institución de educación superior para mujeres, conectada con la Universidad de Harvard, y se convirtió en la primera mujer ciega y sorda en graduarse con honores.

Escribió libros, dio conferencias y viajó por varias ciudades proclamando su mensaje de superación y optimismo e inspirando con su vida.

Su legado aún permanece gracias a la organización Helen Keller International, que desde sus inicios en 1915 trabaja ayudando a prevenir discapacidades originadas por desnutrición o negligencia médica.

Actualmente, su influencia alcanza a más de veinte países, capacitando a personas que sufren de ceguera o sordera con programas de entrenamiento para que puedan disfrutar de una vida productiva.

Simplemente gratitud

Al leer esta inspiradora historia, tal vez no puedas evitar sentirte un poco avergonzado por las muchas veces en las que, en lugar de gratitud, expresaste descontento. La vida de personas como Helen demuestra que, por más terribles que sean nuestras circunstancias, siempre existe algo por lo que podemos estar agradecidos.

Un simple hábito que ha demostrado ser efectivo para implementar esta práctica en nuestra vida, es simplemente hacer una lista diaria de tres cosas por las que estás agradecido.

Empieza por las más obvias y relevantes: Tu familia, amigos, salud, provisión, el amor incondicional de Dios… hasta aquellas que tal vez tomes por dadas, como poder caminar, ver o escuchar, contar con necesidades básicas, saber leer, vivir en un país con libertad de expresión… y la lista es interminable. Y en esos días en los que te sientas desalentado, recorre las páginas de tu lista. Verás que es una excelente receta contra el desánimo.

Una de las frases más populares de Helen Keller es: «Tantas cosas me han sido dadas, que no tengo tiempo de pensar en las que me han sido negadas». Si alguien que tuvo que enfrentar tantos retos pudo decir algo así, estamos seguros de que tú también puedes hacerlo.

Decide hoy demostrar gratitud cada día de tu vida. Enumera tus bendiciones y descubre la importancia de un corazón agradecido.

 

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