Dicen que una persona inteligente aprende de sus propios errores, pero una persona sabia aprende de los errores de los demás.
Sin embargo, si bien es cierto que es importante aprender de otros, no deberíamos enfocarnos solo en sus fracasos, sino también en sus triunfos.
Contrario a lo que muchos opinan, las situaciones pasadas y las circunstancias presentes no deberían determinar ni limitar nuestro futuro. Todos podemos mejorar, cambiar, crecer, superarnos, equiparnos, ser transformados, y con la ayuda de Dios dejar un legado que inspire a otros y vaya más allá de nuestra propia existencia.
Las personas que triunfan tienen varias cosas en común: aprendieron a implementar principios y valores que transformaron su vida. La importancia del perdón, el poder de la persistencia, el valor de la gratitud, la magia de la creatividad, la fuerza del optimismo, las recompensas de la generosidad y el valor de la integridad, forman parte de su historia.
También pueden formar parte de la tuya.
La Palabra de Dios es muy clara. El Salmo 37 nos da un invaluable consejo: “Encomienda al Señor tu camino, confía en Él, que Él actuará“. Esta es sin duda una promesa que deberíamos tener grabada en el corazón.
No hay nada de malo en tener éxito personal, profesional o financiero; pero debemos tener cuidado de que nuestras prioridades estén en orden y que siempre agradezcamos a Dios. La Biblia nos dice que “la verdadera humildad y el temor del Señor conducen a riquezas, a honor y a una larga vida.” (Proverbios 22: 4).
También, Jesucristo dijo que busquemos primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas vendrán por añadidura (Mateo 6:33).
A los ojos de Dios, la persona exitosa es la que vive dentro del Reino y según sus reglas. Todo lo demás debería tener una importancia secundaria.
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