Por: Milenka Peña
¿Sabías que la falta de perdón podría ser la causa por la cual no estás experimentando la vida abundante que Dios nos prometió? Si te sientes estancado y no ves avances en tu diario caminar, podría ser debido a que, en lo más profundo de tu corazón, te niegas a perdonar. Lee a continuación para que descubras cómo liberarte de esta pesada carga a través del poder del perdón.
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Dicen que no perdonar es como tomar veneno poco a poco y esperar que el que muera sea tu enemigo. Este dicho popular parece ser confirmado por varios estudios, los cuales afirman que las personas que viven con amargura y falta de perdón se exponen no sólo a problemas emocionales, como depresión, ansiedad y estrés, sino también a problemas físicos.
Por ejemplo, un estudio realizado por el Departamento de Medicina de la Universidad de Harvard a un grupo de personas con diversos problemas de salud, como afecciones cardiacas, alto nivel de presión arterial, úlceras, insomnio, dolores musculares y artritis, demostró que existe un vínculo comprobado entre aquellos que guardan rencor o resentimiento y dichos síntomas o enfermedades.
En la segunda parte de este estudio, algunas de esas personas accedieron a lidiar con su carga emocional y aceptar la ayuda de consejeros, pastores o amigos. Luego de un tiempo de haber decidido perdonar, todos manifestaron una notable mejoría en sus síntomas.
La salud física es un buen incentivo, pero lo más importante es lo que ocurre en nuestro interior. Por eso, queremos invitarte a que dediques un momento a examinar tu corazón y te preguntes: ¿Guardas rencor hacia alguna persona, o resentimiento por algo que te ocurrió? ¿Te es difícil perdonar? ¿Dejaste que la amargura tome raíz en tu alma? O tal vez eres tú quien necesita pedir perdón a un amigo, a un familiar, a ti mismo o a Dios.
Si somos sinceros, debemos admitir que todos hemos sentido alguna vez resentimiento en nuestro corazón. Es naturaleza humana reaccionar de esta manera ante una injusticia, ataque, ofensa o traición, ya sea mayor o insignificante, voluntaria o no. Pero lo que haces con ese sentimiento es tu decisión: depende de ti dejar que el agua del perdón lo extinga, o echarle más leña al fuego de tu rencor.
Toma en cuenta que no deberías esperar a que la persona que te ofendió te pida que la perdones; en muchas ocasiones, eso nunca pasa. Pero dicen que al perdonar se rompen las cadenas, y al final podrías descubrir que el prisionero eras tú.
No importa en qué posición estés, la de pedir perdón o la de otorgarlo, pero no dejes que pase un día más sin que lo hagas. Quién sabe, mañana podría ser demasiado tarde; el tiempo pasa y en un abrir y cerrar de ojos, aquellos a quienes amas tal vez ya no estén a tu lado. Recuerda que pedir o dar perdón reside en ti, no en la otra persona, y no siempre significa que la relación va a ser reestablecida, pero en el momento que tomes esta decisión sentirás libertad.
No dejes que sentimientos nocivos echen raíz en la fértil tierra de tu alma. El perdón no va a cambiar tu pasado, pero sí tu futuro. Perdona, sana, restaura, enmienda, y vive la vida abundante que Jesús nos prometió.
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