Gracias a los regalos que recibimos en Navidad, casi todos terminamos el año con cosas nuevas: juguetes nuevos para los niños, ropa nueva (aunque no siempre sea del color o tamaño correctos) y, después de tantas celebraciones y comida, con nuevos kilitos adicionales. Pero también comenzamos el año con cosas nuevas: un nuevo calendario, nuevas cuentas por pagar y nuevas resoluciones.
A todos nos gustan las cosas nuevas… ¡incluso a Dios! Toma en cuenta que su Palabra comienza con la historia de la creación de un mundo nuevo, y termina con sus planes de hacer un cielo nuevo y una tierra nueva.
En Isaías, Dios nos dice: Olviden las cosas de antaño; ya no vivan en el pasado. ¡Voy a hacer algo nuevo! Ya está sucediendo, ¿no se dan cuenta? Isaías 43:18-19
Nuestro Padre celestial quiere hacer cosas nuevas en la vida de sus hijos.
Él desea enseñarnos nuevas verdades acerca de Sí mismo; quiere brindar nuevas oportunidades para ministrar a los demás; anhela llevarnos a niveles más altos de adoración y niveles más profundos de confianza.
Sin embargo, a veces somos como los israelitas cuando viajaban por el desierto.
Como relata la Biblia en el capítulo 16 de Éxodo, Dios prometió provisión para su pueblo durante esa larga jornada, e hizo llover maná del cielo seis días a la semana. Les indicó que recogieran solo lo suficiente para cada día, excepto para el día antes del sábado (el día de descanso), en el cual se les permitió almacenar una doble porción.
No obstante, algunos de ellos desobedecieron y trataron de acumular maná adicional, pero la comida se pudrió y se llenó de gusanos a la mañana siguiente.
Si somos honestos, deberíamos reconocer que algunas veces podríamos actuar de esa manera.
Dios quiere traer cosas nuevas y frescas a nuestra vida, pero tratamos de aferrarnos al “maná rancio” del pasado: no queremos dejar ir lo que es cómodo y familiar, como alguna vieja forma de pensar o cierta forma de hacer las cosas habitualmente.
Pero si seguimos con esa actitud, podríamos perder la oportunidad de recibir las cosas nuevas y emocionantes que Dios ha planeado para nosotros si confiamos plenamente en Él, incluso cuando parece que nos está llevando por caminos desconocidos.
Una de las mejores maneras de mantener nuestra fe fresca y renovada es desarrollar el hábito diario de la lectura, meditación y estudio de la Biblia. La Palabra de Dios es atemporal: es antigua y nueva al mismo tiempo.
Así como las “misericordias de Dios son nuevas cada mañana” (Lamentaciones 3:22-23), una dosis diaria de Su Palabra puede darnos una nueva comprensión de Dios, nuevos conocimientos acerca de Sus planes y una fuerza renovada para enfrentar la vida.
Podemos aprender de los Salmos y así poder “cantar al Señor un cántico nuevo” (Salmo 33:3 y otros); animarnos al leer en Ezequiel acerca de la promesa de Dios de darnos “un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (capítulos 11, 18, 36); y regocijarnos junto con Pablo cuando declara: “Si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” (2 Corintios 5:17, NVI).
Al estudiar las cartas de Colosenses y Efesios podemos recordar que nos hemos despojado de nuestro “viejo hombre con sus costumbres” (Colosenses 3:9) y que debemos “ponernos el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad.” (Efesios 4:24, NVI).
Si necesitas motivación para vivir como una nueva creación, Dios ha provisto dos claves en Su Palabra.
Es importante mirar hacia atrás al Nuevo Pacto, la fuente de nuestra salvación. Podemos meditar en el libro de Hebreos y agradecer a Dios nuevamente porque el sacrificio de Jesús hizo “un camino nuevo y vivo” para que entremos en Su presencia (Hebreos 10:19-22, NVI).
Pero también, podemos seguir mirando hacia nuestro futuro al leer Apocalipsis. Encontraremos consuelo al pensar en ese momento cuando Dios corregirá todos los errores, sanará todas las heridas, secara nuestras lágrimas y nos dará un nuevo nombre y un nuevo hogar.
Una buena manera para que un hijo de Dios celebre el Año Nuevo es dejar ir todo lo que se haya puesto rancio. Entonces seremos libres para vivir cada día esperando cosas nuevas y frescas de Aquel que ha prometido: “¡Yo hago nuevas todas las cosas!”.