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Jesús vino a dignificar a la mujer  

Por: Roberto Torres-Delgado.

En el libro de los orígenes, el Génesis, vemos claramente que Dios creó al hombre y a la mujer como portadores de Su misma imagen (Génesis 1:27). Sin embargo, a partir del pecado de Adán y Eva, las cosas cambiaron radicalmente a través de toda la historia, entre el Huerto del Edén y el Huerto de Getsemaní.

Para el tiempo cuando Jesús se sometía a la voluntad de Dios, esa noche en ese Huerto antes de entregar Su vida en la cruz, las mujeres vivían en un estado de menosprecio y total desigualdad con respecto a los hombres.

Tanto en el recuento bíblico del Antiguo como del Nuevo Testamento, podemos constatar que las mujeres no contaban como personas, o eran consideras como seres de segundo nivel, incluso en la cultura hebrea del primer siglo.

Esto lo vemos, por ejemplo, cuando se describe la alimentación de unos cinco mil hombres (Mateo 14:21), o de los cuatro mil hombres (Mateo 15:38).

Las mujeres no eran “contadas” como los hombres; no podían hablar con hombres en público, ni comer con ellos en reuniones sociales; no se les permitía adorar en la sección de los hombres, ni sentarse bajo la enseñanza de un rabino. El testimonio de las mujeres no era considerado válido en una corte, y aquellas que eran divorciadas —por cualquier motivo—, no tenían derechos legales.

Sin embargo, la vida y ministerio de Jesús nos muestra que Él vino a cambiar todo eso.

Sin tener que opinar acerca de estas injusticias, Él simplemente siguió Su ministerio ignorando las reglas y convencionalismos hechos por el hombre. La relación de Jesús con las mujeres, cuyas vidas cruzaron con la Suya durante los años que caminó en esta tierra, fue radicalmente distinta a lo que dictaban los cánones de la sociedad de aquella época.

Jesús trascendió los límites sociales, políticos, raciales y de género impuestos por el hombre, y se dirigió a las mujeres con el debido respeto, conforme al plan original de Dios como portadoras de Su imagen. El Dios hecho hombre, Jesucristo, rompió esos patrones y tradiciones de hombres para dignificar a las mujeres.

Cada vez que tuvo un encuentro con una mujer, Jesús rompió alguna de las reglas sociales de Su tiempo. Predicó en lugares donde las mujeres estaban presentes; ya fuera en la ladera de una colina, en las calles, el mercado, junto a un río, al lado de un pozo, o en el atrio de las mujeres del templo en Jerusalén.

• Jesús tuvo compasión de María Magdalena, liberándola de su esclavitud demoníaca e invitándola a unirse a Su equipo de ministerio (Lucas 8:1-3).

• Cambió la vida de la mujer samaritana junto al pozo de Jacob —la conversación más larga registrada en el Nuevo Testamento que Él tuvo con una sola persona (Juan 4:1-30).

• Elogió a María de Betania por haber escogido sentarse a escuchar de Él y preferir “la mejor parte” (Lucas 10:38-42).

• Aceptó y perdonó a la mujer pecadora en una habitación llena de hombres mientras ella ungía Sus pies con perfume (Lucas 7: 36-50).

• Reconoció públicamente la fe de una mujer a la que sanó de una enfermedad que la había afligido por 12 años (Lucas 8: 42-48).

• Además, Jesús confió a las mujeres que fueron a verlo al sepulcro, el mensaje más importante de toda la historia: que anunciaran a Sus discípulos que Él había resucitado de los muertos (Mateo 28:1-10).

Jesús, el Hijo de Dios, estuvo dispuesto a romper cualquier tradición cultural y religiosa de los hombres, y aun arriesgar Su reputación, para dignificar la de ellas.

No solo sanó y liberó a muchas mujeres de sus enfermedades y azotes, sino que las sacó del oscurantismo espiritual en el que se hallaban. Le dio esperanza a las temerosas y olvidadas, transformándolas en mujeres determinadas, que luego serían usadas para cambiar otras vidas, y recordadas donde quiera que se predicara el Evangelio.

Así lo dijo Jesús con respecto a María de Betania, que ungió Su cabeza con un perfume de mucho precio: «Les digo la verdad, en cualquier lugar del mundo donde se predique la Buena Noticia, se recordará y se hablará de lo que hizo esta mujer» (Mateo 26:13, NTV).

El testimonio del Evangelio es muy claro, ¡Jesús vino a dignificar a la mujer! El valor único y singular que Dios le dio a la mujer, al cerrar con broche de oro Su creación y luego a través de la redención en Cristo Jesús, es absolutamente incuestionable.

No obstante, y siguiendo el consejo eterno de la Biblia, toda mujer en Cristo Jesús debe recordar que, “ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28, NTV); y que, “el encanto es engañoso, y la belleza no perdura, pero la mujer que teme al Señor será sumamente alabada” (Proverbios 31:30, NTV).

 

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