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Un pedacito de cielo… que tal vez ya es tuyo

Por: Milenka Peña

Hace algún tiempo escuché la historia de un campesino que, cansado de tanto trabajar, decidió vender su finca. Estaba agotado. Todo le pesaba… el cuerpo, el alma, la rutina. Pensó que tal vez en otro lugar, con otra vida, estaría mejor.

El hombre le pidió a su joven vecino que lo ayudara a redactar el aviso de venta, y el muchacho, con palabras un tanto poéticas, escribió:

“Vendo un pedacito de cielo. Está adornado con bellas flores y un aroma a gardenias, hermosos prados, y un cristalino río con el agua más pura y fresca, para saciar la sed del caminante más cansado.”

El campesino se quedó en silencio al leerlo. Por primera vez en mucho tiempo, miró su terreno como si fuera nuevo. Ese lugar donde cada día se doblaba la espalda, también era el lugar donde nacían flores, donde corría agua limpia, donde cada amanecer lo hacía sentir vivo… y cada crepúsculo lo llenaba de inspiración.

Pasaron algunos meses, y después de un tiempo de viaje, el joven regresó. Pensando que la granja ya tenía nuevos dueños, decidió visitar a sus nuevos vecinos, pero se llevó una sorpresa al ver al viejo campesino trabajando en sus faenas.

Entonces le preguntó, sorprendido:

—¿No me dijo que estaba cansado de trabajar y de preocuparse por todo lo que tenía que hacer, y pensaba vender su propiedad?

El campesino respondió, con una sonrisa:

—Después de leer el aviso que escribiste, comprendí que tenía un lugar maravilloso. Y me di cuenta de que el trabajo duro no importa cuando uno está agradecido por lo que tiene.

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¿Cuántas veces deseamos escapar, sin darnos cuenta de que lo más valioso ya está en nuestras manos? A veces solo necesitamos ver las cosas desde una nueva perspectiva. Porque cuando vivimos con gratitud, nuestra mirada cambia… y lo que antes parecía común, comienza a revelarse como un verdadero regalo.

Quizás no necesitas otro lugar. Otra ciudad. Otro trabajo. Otra familia. Solo necesitas redescubrir lo que ya es tuyo. Decide hoy mirarlo todo con nuevos ojos y darle gracias a Dios por lo que tienes, mientras sigues trabajando por lo que quieres.

Tal vez ya tienes un pedacito de cielo… ahí donde estás.

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