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La carga es más liviana cuando es compartida

La clásica novela de Víctor Hugo, “Los Miserables”, cuenta que Jean Valjean era un delincuente que cambió su nombre y su estilo de vida para ocultar su pasado. Años después, se convirtió en el alcalde de una ciudad.

Sin embargo, resulta que el nuevo Jefe de Policía era uno de los guardias en la prisión donde él se encontraba retenido en el pasado. Aunque no lo reconoció, el oficial sabía que buscaban a Valjean para arrestarlo por violar su libertad condicional.

Uno de esos días, un hombre que pasaba por la ciudad fue arrojado de su caballo y quedó atrapado bajo el peso de una carroza que le cayó encima, aplastándolo contra el lodo. Como nadie más acudió a liberarlo, prontamente -y mientras el jefe de policía observaba- Valjean usó toda su fuerza contra el peso del vagón y lo levantó del suelo, lo suficientemente alto para que, finalmente, otros pudieran rescatar al hombre y llevarlo a un lugar seguro.

Es entonces cuando el oficial recuerda una instancia anterior en la que un preso había hecho algo similar en la prisión, y se pregunta si se trataba del mismo hombre.

Como vemos en este relato, incluso sabiendo lo que estaba en juego, Valjean arriesgó su identidad y su libertad para ayudar a un desconocido y rescatarlo de una muerte segura.

Esta historia nos demuestra un principio inamovible: llevar la carga de los demás es la esencia de “amar al prójimo como a uno mismo”; es decir, amar a alguien lo suficiente como para aliviar el peso de su carga, y a veces hasta arriesgarlo todo para ofrecer una mano amiga.

El buen samaritano

La conocida parábola del buen samaritano en el capítulo 10 del Evangelio de Lucas tiene un mensaje similar. En esta historia, varias personas religiosas ven a un hombre herido tirado a lado del camino, pero no se detienen a ayudarlo.

El que lo rescata es un forastero; un samaritano despreciado, alguien de quien menos se esperaría que ofreciera ayuda. Y no solo lo levanta del camino, venda sus heridas y lo lleva al pueblo, sino que incluso paga al dueño de la posada para que cuide al hombre hasta que él regrese.

Después de contar esta historia, Jesús pregunta: “¿Cuál de estos tres crees que fue el prójimo del hombre que cayó en manos de los ladrones?” Un maestro de la ley responde: “El que tuvo misericordia de él”. Jesús le dice: “Ve y haz lo mismo“.

¡Ve y haz lo mismo!

Es esto precisamente lo que Jesús nos pide que pongamos en práctica. ¿Somos lo suficientemente sensibles y obedientes como para ver a cada ser humano como nuestro prójimo? ¿A cada persona como un hermano o hermana, ya sea que la conozcamos o no?

La carga es más liviana cuando es compartida. Es cierto que a todos nos gusta recibir algo; es naturaleza humana, pero pocas cosas son más reconfortantes que brindar ayuda desinteresada, sin esperar nada a cambio. Ésta es ciertamente una realidad que tú mismo puedes comprobar.

Juntos podemos hacer una diferencia en la vida de millones de personas que desesperadamente necesitan ayuda alrededor del mundo. Tú puedes darles esperanza para el mañana con el amor tangible de Dios.

¡Gracias por tu corazón generoso!

“La persona generosa será prosperada y el que sacia a otros también será saciado”.
Proverbios 11:25

 

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