El Día de Acción de Gracias, o Thanksgiving, es una fecha que no se conmemora tradicionalmente en nuestros países hispanoamericanos.
Muchos creen que se trata simplemente de una bonita celebración que les permite reunirse con familia y amigos para disfrutar de una deliciosa cena, o probar suerte cocinando un pavo. O tal vez piensan que es el preámbulo a un fin de semana de compras y descuentos, o el principio de las celebraciones navideñas.
Sin embargo, es importante conocer que las raíces de esta celebración están profundamente arraigadas en la tradición cristiana estadounidense. Y para los hispanos que vivimos en este país, conmemorar esta festividad nos permite ver cómo Dios está uniendo bajo sus alas a tantas culturas diferentes, aunque a veces no tengamos mucho en común.
Lo cierto es que, para nosotros los creyentes, estas fechas deberían significar mucho más que una simple celebración cultural.
No solo podemos disfrutar de las tradiciones y comidas americanas, e incluso unirlas con algunas de nuestra vasta herencia hispana, sino también recordar la verdadera esencia de ese día. Como su nombre lo indica, se trata de agradecer al Señor por todas sus bendiciones y recordar la gracia de Dios.
Podemos rastrear el origen de esta histórica tradición cristiana de los Estados Unidos desde 1.623. En noviembre de ese año, después de recolectar la cosecha, el gobernador de la colonia de peregrinos conocida como “Plymonth Plantation” en Massachusetts, declaró:
“Todos ustedes, peregrinos, con sus esposas e hijos, congréguense unidos para escuchar al pastor, y dar gracias a Dios todo poderoso por todas sus bendiciones”.
En los años siguientes, el congreso de los Estados Unidos proclamó esas fechas en varias ocasiones como “el Día de Acción de Gracias a Dios”. Finalmente, el 1° de noviembre de 1.777 fue oficialmente declarado como día feriado:
“…para solemne acción de gracias y adoración que con un corazón y en unidad de voz, las buenas personas expresen sus sentimientos de agradecimiento, y se consagren al servicio del su divino benefactor,…y que sus humildes súplicas plazcan a Dios, por medio de los méritos de Jesucristo, quien es misericordioso para perdonar, borrando y olvidando su pecados..”
Años después, el 1º de enero de 1.795, el primer presidente de los Estados Unidos, George Washington, escribió su famosa proclamación de acción de gracias, en la cual él dijo:
“Es nuestro deber como personas, con reverente devoción y agradecimiento, reconocer nuestras obligaciones al Dios todopoderoso, e implorarle que nos siga prosperando y confirmado las muchas bendiciones que de Él recibimos”.
Muchos años después, el 3 de octubre de 1.863, Abraham Lincoln proclamó un Día Nacional de Acción de Gracias, diciendo que “el último jueves de noviembre es un día de acción de gracias y adoración a nuestro padre benefactor, quien mora en los cielos”.
En esta proclamación Lincoln escribió:
“Es anunciado en las Sagradas Escrituras y confirmado a través de la historia, que aquellas naciones que tiene al Señor como su Dios, son bendecidas. Pero nosotros nos hemos olvidado de Dios. Nos hemos olvidado de la mano que nos preserva en paz, nos multiplica, enriquece y fortalece. Vanamente nos hemos imaginado, por medio del engaño de nuestros corazones, que todas estas bendiciones fueron producidas por alguna sabiduría superior y por nuestra propia mano o inteligencia. Me ha parecido, apropiado que Dios sea solemne, reverente y agradecidamente reconocido en un solo corazón y una sola voz, por todos los americanos”.
Lo cierto es que, sin importar nuestro país de proveniencia, el Día de Acción de Gracias nos brinda la oportunidad de crear tradiciones familiares. También, nos permite abrir nuestros hogares para que otros, que tal vez no tengan familia cercana, puedan participar con nosotros de la convivencia, y así conozcan a través de nuestros hechos y testimonio que Dios también tiene un plan para su vida.