Vivimos en un mundo y en una generación donde parece que la queja, la inconformidad y la ingratitud abundan. De hecho, la Biblia nos advierte que vendrán tiempos en los que estas malas actitudes serán constantes: “Pues la gente solo tendrá amor por sí misma y por su dinero. Serán fanfarrones y orgullosos, se burlarán de Dios, serán desobedientes a sus padres y malagradecidos”. (2 Timoteo 3:2).
Sin embargo, aunque mantener un corazón agradecido se ha vuelto algo difícil y contracultural, la gratitud es una virtud central que podemos comenzar a cultivar, primero hacia Dios y luego con la gente.
La Biblia nos exhorta constantemente a dar gracias a Dios en todas las circunstancias, y no solo cuando todo marcha bien: “Den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús”. (1 Tesalonicenses 5:18).
Primeramente, significa hacer Su voluntad: actuar y hablar conforme a la voluntad de Dios en toda situación de nuestra vida. Dios es la fuente de toda bendición y Él es el que está en control de todo, aun en las dificultades.
En segundo lugar, darle gracias no se trata simplemente de buenos modales o de “cortesía”, sino de una actitud que nunca olvida los beneficios que recibimos, gracias a la bondad de Dios, tanto en los tiempos de abundancia como en los de escasez. Como lo declara el salmista: “Alaba, alma mía, al Señor y no olvides ninguno de sus beneficios”. (Salmo 103:2, NTV).
Dar gracias a Dios no significa poner una fachada que ignora el dolor o los percances, sino aprender a confiar en que Dios está obrando aun en medio de todo eso.
La Biblia también nos dice: “Dando siempre gracias a Dios el Padre por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. (Efesios 5:20, NTV).
Esto no significa que, al darle gracias por todo, le atribuimos a Él la causa de nuestros males. Más bien, le damos gracias por todo ya que, en ese “todo” que nos sucede, Él sigue en control y Él puede sacar siempre algo para nuestro bien, aunque lo que vivamos parezca irremediable. Por lo tanto, dar gracias a Dios por todo y en todo es una expresión de fe.
Además, darle siempre gracias a Dios es el fundamento de la gratitud hacia la gente. Cuando somos agradecidos con Dios, también somos más propensos a expresar gratitud hacia los demás.
Esto genera un ambiente de honra, aprecio y generosidad en nuestras familias, iglesias y comunidades. Incluso, hay estudios de la psicología moderna que han demostrado que las personas agradecidas tienden a experimentar mayores niveles de bienestar, alegría y paz interior.
Desde una perspectiva bíblica, la gratitud fortalece nuestra comunión con Dios, nos libera de la amargura y del resentimiento, y nos ayuda a enfocarnos en la fidelidad y provisión de nuestro Padre Celestial.
Primero, debemos cultivar el hábito de comenzar el día dando gracias a Dios por la vida, la salud, nuestra familia y cualquier cosa que sabemos que ha venido como uno de Sus “beneficios”.
En segundo lugar, recordemos las promesas de Dios. La Biblia está llena de testimonios de Su fidelidad y, al meditar en ellas, fortalecemos nuestra fe. Luego, expresemos nuestra gratitud a las personas que Dios ha puesto en nuestra vida; a veces, un simple decir “gracias” puede tener un gran impacto.
Por último, no olvidemos orar con gratitud; la Palabra nos dice: “No se preocupen por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias”. (Filipenses 4:6, NTV).