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Lo que no sabía de Dios hasta convertirme en papá

Por: Roberto Torres-Cedillo

Recuerdo vívidamente cuando a mi esposa y a mí nos tocó llevar a nuestro hijo, Benaiah, a que le pusieran sus vacunas de rutina. Y aunque no fue nada agradable, Dios me enseñó algo asombroso que deseo compartir contigo.

Los llantos y lágrimas de mi hijo irrumpieron en la habitación mientras yo sostenía sus bracitos y la enfermera pinchaba sus piernas.

Los agudos sollozos comenzaron aun antes de que la aguja penetrara su delicada piel. Mi pequeño es un valiente y ya ha demostrado ser un guerrero, haciéndole honor al nombre que lleva.

No importaba cuántas veces su mamá y yo le decíamos que todo iba a estar bien, todos los sentidos de Benaiah le gritaban con dolor y saturaban su angustiosa experiencia en ese momento.

Evidentemente, él no entendía por qué mamá y papá estaban permitiendo que pasara por ese proceso. Y, sin embargo, lo amamos con todo nuestro corazón y nunca nos apartamos de su lado.

Si nosotros siendo padres imperfectos podemos amar y proteger el bienestar de nuestro hijo, cuánto más Dios, quien es nuestro Padre celestial, nos sostendrá y nunca nos abandonará en medio del sufrimiento y el dolor. No obstante, tenemos que admitir que creer esto no siempre es fácil.

El sufrimiento y el dolor vierten una fuerza destructiva que amenaza con dejarnos descorazonados y enojados con Dios.

Si alguien me dijera: «Pero, si quisieras, podrías intervenir y no permitir que tu hijo recibiera sus inyecciones. ¿No quisieras un mundo donde no existieran las agujas, las lágrimas y el sufrimiento?».

Y mi respuesta sensible sería: «Por supuesto que quisiera un mundo sin estas cosas. Pero la realidad es que, si no existiera nada de esto, tampoco mi hijo a quien yo amo existiría —y ese es un precio que no estoy dispuesto a pagar».

De una forma comparable —pero divina— Dios tampoco desea que ninguno de nosotros sufra.

Su plan desde el principio de la creación fue que todos camináramos en comunión y plenitud con Él —de nuestra propia voluntad. Pero, donde existe la libre voluntad para escoger el bien y el amor, también existe la posibilidad de escoger el mal.

Y aunque la humanidad escogió el mal, la realidad redentora es que Dios es amor, y el amor “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:7).

No pretendo darte una exhaustiva explicación filosófica y teológica acerca del problema del sufrimiento. Hay cosas que simplemente nuestra mente finita no puede comprender. Pero lo que intento comunicar y resaltar es que, así como mi hijo no puede comprender el POR QUÉ de su dolor, tú y yo no siempre tenemos respuestas a nuestro dolor.

Pero lo que sí sé es que siempre tenemos la promesa de la Presencia de Jesucristo. En la Biblia, vemos al Dios verdadero que no decidió borrar y desaparecer por completo a la humanidad por su desobediencia.

Al contrario, Dios permaneció fielmente a nuestro lado, y se acercó a tal grado que estuvo dispuesto a derramar amor por Su costado. Sus brazos también fueron sujetados, y en Su dolor se preguntó si Su Padre lo había abandonado. Pero el amor todo lo sufre… todo lo soporta… y nunca puede ser vencido.

No sé por lo que estás pasando, pero mi oración por ti es que la Presencia consoladora de Dios sea más real y más cercana que cualquier dolor, lágrimas y preguntas sin respuestas. Que hoy puedas decir: «Señor, aun en lo incomprensible eres bueno y sigues siendo fiel…».

 

 

 

Roberto Torres-Cedillo
Conductor y Director de Contenido
Club 700 Hoy – Casa Zoen

 

 

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