Por: Milenka Peña
No siempre la tentación llega con un rostro desconocido. A veces se cuela en tu vida vestida de confianza, cercanía, o de algo que podría parecer inofensivo. Hay decisiones que se toman en un instante… y pueden cambiarlo todo para siempre. Esta historia te hará pensar.
Era una tarde como cualquier otra. José estaba ocupándose de sus responsabilidades en la opulenta casa donde trabajaba. Desde que había sido contratado se había esforzado por demostrar que era un joven talentoso y responsable, hasta lograr que el dueño de casa se diera cuenta de su potencial y lo convirtiera en su asistente personal.
José trataba de hacerlo todo con excelencia: se encargaba de los otros empleados, se aseguraba de que la cena fuera preparada a tiempo, que los jardines estuvieran atendidos y que la casa se mantuviera siempre limpia y en orden. Trataba a cada uno con respeto, y todos estaban contentos con él.
También manejaba las cuentas de los negocios de la familia, y lo hacía con tanto cuidado que nunca había faltado un centavo. Se ganó de tal manera la confianza de su patrón que tenía acceso a cualquier cosa que quería; era como si todo también le perteneciera a él.
Pero había algo que claramente no le pertenecía: la esposa del dueño. Una dama algo más joven que su esposo, todavía atractiva, rica y solitaria… muy solitaria.
Su marido viajaba constantemente por negocios, y aunque ella hubiera podido tener todo lo que el dinero podía comprar, fijó sus ojos en el joven administrador de los bienes de su casa.
¡Es que José era muy guapo! Alto, fornido, con una sonrisa magnética, siempre respetuoso y servicial.
Y ella estaba sola.
Y hastiada.
Y aburrida.
Es cierto que el dinero no compra la felicidad.
«¿Qué puedo hacer para que se fije en mí?», se preguntaba día tras día. Nada parecía producir resultados. Vestidos seductores, cautivantes perfumes, un nuevo estilo de peinado… nada. Los ojos de José jamás se posaban en ella de manera irrespetuosa. Él era un hombre de integridad.
Hasta que un día, los deseos de la mujer pudieron más que su razón. Lo calculó todo muy bien: se aseguró de que el resto de los empleados estuviera fuera de casa, se puso uno de sus vestidos más tentadores, bebió una copa para darse valor y se acercó al muchacho. La propuesta que le dijo al oído no puede ser repetida en voz alta.
José dio un paso atrás. La miró a los ojos y con una madurez poco típica para su edad, le respondió: «Señora: su esposo ha confiado en mis manos absolutamente todo en esta casa. No hay nadie que tenga más autoridad que yo ni hay nada que él me haya prohibido, con excepción de usted, que es su mujer. ¿Cómo podría hacer algo semejante? Sería un traidor ante su esposo, y un pecador ante Dios».
Ella no tomó un “no” por respuesta. Embriagada por su pasión desordenada más que por el vino, se aferró a la ropa de José e intentó una vez más seducirlo. El joven trató de escapar y, mientras se liberaba de su abrazo, ella se quedó con su camisa en las manos.
José salió huyendo de la habitación. Había sido rechazada.
Inmediatamente, una tormenta de emociones se agolpó en su confundida mente. «¿Quién se cree ese pobre tipo para decirme que no? ¿No se habrá dado cuenta de que conmigo no se juega?». José habría de comprobar muy pronto en carne propia de lo que una mujer despechada podría ser capaz.
Un grito desgarrador se oyó proviniendo del interior de la casa: «¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! ¡Fui atacada!». Los empleados corrieron alarmados a la habitación. Allí encontraron a la mujer llorando desconsoladamente, aferrada a la camisa de José.
Nadie dudó de la veracidad de sus palabras. La acusación fue creída; el juicio, rápido; la sentencia, severa. José se vio pronto entre las cuatro paredes de una celda.
Esta historia parece sacada de una telenovela, pero tal vez ya te diste cuenta de que no es el producto de la creatividad de algún escritor moderno. No ocurrió recientemente, sino hace cientos de años, en Egipto, y forma parte de los anales de la historia del pueblo hebreo.
Aunque dejé volar mi imaginación mientras la relataba, el fundamento no cambia: en esta vida, muchas veces hay que estar dispuesto a pagar las consecuencias por actuar con integridad. Una conciencia limpia no tiene precio.
Si continúas leyendo la historia original, que puede ser encontrada en la Biblia, en el capítulo 39 de Génesis, verás que todas las desventuras de José tenían un propósito. Sirvieron para probarlo, fortalecerlo, formar su carácter, y al final pusieron en marcha las circunstancias perfectas para ayudar a su familia, su pueblo y toda una nación.
Al igual que José, todos nos vemos confrontados por tentaciones… y la mayoría de las veces son mucho más sutiles que la esposa del mercader.
La vida puede ser injusta, y las decisiones correctas, costosas. Pero Dios ve lo que otros no ven, y nada de lo que se hace con integridad quedará sin recompensa.
Para reflexionar:
¿Cuál crees que es la tentación más difícil de resistir?
¿Alguna vez algo atractivo terminó causándote daño?
Si pudieras advertirle a alguien sobre alguna tentación… ¿cuál sería?
Si te gustaría aprender a resistir la tentación, mantener tu conciencia tranquila y encontrar una satisfacción mucho más profunda que cualquier recompensa material, este mensaje es para ti.
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