Tal vez escuchaste que deberíamos llevar los unos las cargas de los otros, y que la carga es más liviana cuando es compartida. Llevar la carga de los demás es la esencia de “amar al prójimo como a uno mismo”. Por eso, te invitamos a que leas a continuación esta inspiradora y tierna historia.
Una tarde de otoño, una niña caminaba con dificultad bajo el peso de una pesada carga por la orilla de un sendero. Una persona que pasaba por el lugar se detuvo para ver si necesitaba ayuda, y al acercarse se dio cuenta de que la muchachita estaba cargando a otro niño, al parecer no mucho más pequeño que ella.
«¿No te cansas de llevarlo?», preguntó el viajero. La niña respondió con total naturalidad: «¡No! Él no es pesado… ¡es mi hermano!».
Esta tierna historia apareció por primera vez en Escocia en 1884, en un libro sobre las parábolas de Jesús. Posteriormente se hizo popular en todo el mundo gracias a un sinfín de publicaciones, canciones y hasta producciones cinematográficas.
Hay algo en la historia de esa niña que cautiva la imaginación, pero también ilustra un tema clave en la Biblia.
En Génesis 4:9 podemos leer que Dios le pregunta a Caín acerca de Abel, y éste responde: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?». La respuesta implícita en la escritura es simple: ¡Sí, deberías serlo!
En Levítico 19:18 se instruye a “amar a tu prójimo como a ti mismo”, un conocido verso que Jesús cita nuevamente en Mateo 22:37. El apóstol Pablo agrega en Gálatas 6:2 que debemos “llevar los unos las cargas de los otros y, al hacerlo, cumplir la ley de Cristo”.
Llevar la carga de los demás es la esencia de “amar al prójimo como a uno mismo”; es decir, amar a alguien lo suficiente como para aliviar el peso de su carga, y a veces hasta arriesgarlo todo para ofrecer una mano amiga.
Es esto precisamente lo que Jesús nos pide que pongamos en práctica. ¿Somos lo suficientemente sensibles y obedientes como para ver a cada ser humano como nuestro prójimo? ¿A cada persona como un hermano o hermana, ya sea que la conozcamos o no?
Es cierto que a todos nos gusta recibir algo; es naturaleza humana, pero pocas cosas son más reconfortantes que brindar ayuda desinteresada, sin esperar nada a cambio. Ésta es ciertamente una realidad que tú mismo puedes comprobar.
Y tal vez podrás repetir las palabras de la pequeña niña escocesa: «Él no es pesado… ¡es mi hermano!».
Juntos podemos hacer una diferencia en la vida de millones de personas que desesperadamente necesitan ayuda alrededor del mundo. Tú puedes darles esperanza para el mañana con el amor tangible de Dios.
¡Gracias por tu corazón generoso!
“La persona generosa será prosperada y el que sacia a otros también será saciado”.
Proverbios 11:25