Tal vez escuchaste que deberíamos llevar los unos las cargas de los otros. Es que lo cierto es que la carga es más liviana cuando es compartida. Te invitamos a que leas a continuación esta inspiradora y tierna historia, así como otros ejemplos que seguramente van a alentar tu vida.
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Una tarde de otoño, una niña caminaba con dificultad bajo el peso de una pesada carga por la orilla de un sendero. Una persona que pasaba por el lugar se detuvo para ver si necesitaba ayuda, y al acercarse se dio cuenta de que la muchachita estaba cargando a otro niño, al parecer no mucho más pequeño que ella.
“¿No te cansas de llevarlo?”, preguntó el viajero. La niña respondió con total naturalidad: “Él no es pesado… ¡Es mi hermano!”.
Esta tierna historia apareció por primera vez en Escocia en 1884, en un libro sobre las parábolas de Jesús. Posteriormente se hizo popular en todo el mundo gracias a un sinfín de publicaciones, canciones y hasta producciones cinematográficas.
Hay algo en la historia de esa niña que cautiva la imaginación, pero también ilustra un tema clave en la Biblia. En Génesis 4:9 podemos leer que Dios le pregunta a Caín acerca de Abel, y éste responde: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”.
La respuesta implícita en la escritura es simple: ¡Sí, deberías serlo! En Levítico 19:18 se instruye al pueblo de Dios a “amar a tu prójimo como a ti mismo”, un conocido verso que Jesús cita nuevamente en Mateo 22:37. El apóstol Pablo agrega en Gálatas 6:2 que debemos “llevar los unos las cargas de los otros y, al hacerlo, cumplir la ley de Cristo”.
En la clásica novela de Víctor Hugo, “Los Miserables”, leemos que Jean Valjean era un delincuente que cambió su nombre y su estilo de vida para ocultar su pasado, y años después llegó a convertirse en el alcalde de una ciudad.
Pero el nuevo jefe de policía resulta ser el mismo oficial que era su guardia en la prisión, y aunque no lo reconoció, se sabe que buscaba a Valjean para arrestarlo por violar su libertad condicional.
Un día, un hombre es arrojado de su caballo y queda atrapado bajo el peso de una carroza que le cayó encima, aplastándolo contra el lodo. Como nadie se acerca a liberarlo, prontamente -y mientras el jefe de policía observaba- el alcalde usó toda su fuerza contra el peso del vagón y lo levantó del suelo, lo suficientemente alto para que otros pudieran rescatar al hombre y llevarlo a un lugar seguro.
Es entonces cuando el oficial recuerda una instancia anterior en la que un preso había hecho algo similar en la prisión, y se pregunta si se trataba del mismo hombre.
Como vemos en la historia, incluso sabiendo lo que estaba en juego, Valjean arriesgó su identidad y su libertad para ayudar a un desconocido y rescatarlo de una muerte segura.
Llevar la carga de los demás es la esencia de “amar al prójimo como a uno mismo”; es decir, amar a alguien lo suficiente como para aliviar el peso de su carga, y a veces hasta arriesgarlo todo para ofrecer una mano amiga.
La conocida parábola del buen samaritano en el capítulo 10 del Evangelio de Lucas tiene un mensaje similar. En esta historia, varias personas religiosas ven a un hombre herido tirado a lado del camino, pero no se detienen a ayudarlo.
El que lo rescata es un forastero; un samaritano despreciado, alguien de quien menos se esperaría que ofreciera ayuda. Y no solo lo levanta del camino, venda sus heridas y lo lleva al pueblo, sino que incluso paga al dueño de la posada para que cuide al hombre hasta que él regrese.
Después de contar esta historia, Jesús pregunta: “¿Cuál de estos tres crees que fue el prójimo del hombre que cayó en manos de los ladrones?” Un maestro de la ley responde: “El que tuvo misericordia de él”. Jesús le dice: “Ve y haz lo mismo”.
Es esto precisamente lo que Jesús nos pide que pongamos en práctica. ¿Somos lo suficientemente sensibles y obedientes como para ver a cada ser humano como nuestro prójimo? ¿A cada persona como un hermano o hermana, ya sea que la conozcamos o no?
La carga es más liviana cuando es compartida. Es cierto que a todos nos gusta recibir algo; es naturaleza humana, pero pocas cosas son más reconfortantes que brindar ayuda desinteresada, sin esperar nada a cambio. Ésta es ciertamente una realidad que tú mismo puedes comprobar. Y tal vez podrás repetir las palabras de la pequeña niña escocesa: “Él no es pesado… ¡Es mi hermano!”.
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